martes, 24 de agosto de 2010

Cuando no se juntan ni el hambre ni las ganas de comer

Como una droga, se apodera de mí.
Supongo que es lo que sientes cuando te drogas...
Se te nubla algo la vista,
la mente
que, de alguna manera, tiene un extraño grado de lucidez.
El cuerpo parece distinto,
más ligero y pesado a la vez.
Tus movimientos se ralentizan.
Las distancias con los objetos a tu alrededor cambian.
Y te engancha.
Empiezas una mañana que no te encuentras (muy allá),
le pillas el gusto y ya sigues
como por inercia,
para sentir diferente,
para no sentir,
por sentir
demasiado.

lunes, 23 de agosto de 2010

nunca me interesó la entomología

Me queríais bella, inmutable
como una de esas mariposas clasificadas, muertas,
clavadas con un alfiler.
Conseguí que os lo creyerais.
Pasé mucho tiempo observándoos,
intentando comprender
vuestro sistema de registro,
de muerte,
de aniquilamiento.
Aproveché para arrancarme poco a poco ese diminuto puñal
sin moverme mucho para que no lo notarais y me volvierais a atrapar,
para que no me doliera tanto,
para que la herida fuera cicatrizando lentamente,
para sangrar lo menos posible.
Ahora soy fuerte.
Estoy viva.
Con un golpe de mis alas                                                    rompo el cristal que me mantenía apartada.
Me mezclo entre vosotros,
cegándoos con mis nuevos colores
que no encajan en vuestra escala cromática.
¿Si soy bella?
Más que nunca.

domingo, 22 de agosto de 2010

El día que empecé a bailar

Mi cuerpo no me obedece, siempre tan terco, tan rebelde. Quiero que haga lo que yo quiero, pero me obliga a la inmovilidad o, lo que es peor, a realizar una serie de movimientos espasmódicos que nada tienen que ver con la melodía que escucho. Siento la música, pero no mi propio cuerpo. Como si no fuera mío. ¿Dónde están las caderas? ¿Dónde los pies? ¿Y las manos? Estoy tensa. Salto. Es el único movimiento que me permite hacer. Es una lucha casi diaria la que mantenemos mi cuerpo y yo desde hace tiempo. A veces es tan dura que me duele todo. Me gustaría huir de él, que me dejara en paz... sería tan cómodo.
Pero ahí sigue, obstinado, pegado a mí, ajeno a mí. Lo he intentado todo: hablar con él, pactar, regañarle, incluso ignorarle... Recibo silencio por respuesta.
Una vez me dijo que tampoco era fácil para él mantenerse en su postura. Que le dolía lo que le mandaba hacer, que le dolía tanto que se negaba.
- ¿Que te niegas? ¿Pero quién eres tú para impedirme hacer lo que quiero?
- ¿Estás segura de que es lo que quieres? Me preguntó como respuesta.
Me jode que me respondan con preguntas. Está claro que no lo sé, pero no se lo voy a decir.
- ... O sea que, según tú, si hago lo que quieres, me dejarás de doler.
- Exacto.
- Eso es chantaje.
- ¿Y a ti qué mas te da? Déjate llevar un día por mí y después hablamos.
Lo hago. Me olvido de mis órdenes, de lo que se supone que tengo que hacer, de controlar hacia dónde tiene que moverse, cómo y con quién...Ya puedo bailar.