Por fin
se rompió.
Y no me importó.
Es más, me alegré de ello.
Hasta que no sucede,
no te das cuenta de los altares que guardas.
En tu cabeza,
al lado de la cama,
colgados de la pared.
Y ahí permanecen, tercos.
Muchas veces ni siquiera los ves,
ni te das cuenta de que están ahí.
Pero están.
A veces piensas que los vas a cambiar de sitio,
que los vas a guardar,
a tirar.
Pero que pena, ¿no?
Una taza tan bonita...
Cuánto miedo a romper con el pasado.
Cuánta mierda
que te impide disfrutar el presente.
Hasta que un día,
disfrutando el presente,
va y se cae al suelo.
(Esta noche tiraré los trozos.
El altar estaba tan bien construido,
que incluso pensé en pegarlos).
Pues sí, ahora mismo voy a al cocina a romper un par de platos...
ResponderEliminarLos antares de afuera y los altares de la memoria...
ResponderEliminarhermosisima!
Me encanta cómo escribes, quiero más!