La maquinaria funciona.
Limpia, perfecta,
blanca.
Los engranajes de dos en dos
y todos juntos, creando un coro,
sin perder el ritmo,
el compás.
Al ritmo del vals:
eins-zwei-drei, eins-zwei-drei, eins-zwei-drei...
De repente,
una nota discordante.
Un engranaje suelto.
No tan blanco,
no tan perfecto.
Con un ritmo propio:
vier-sieben-fünf, drei-eins-sechs, acht-zwei-neun...
La maquinaria sigue su curso
sin inmutarse.
La rueda suelta intenta abrirse paso
y mantener su compás diferente
evitando las otras
para no ser aplastada entre sus muescas.
El ritmo se acelera
einszweidreieinzweidreieinszweidrei...
viersiebenfünfdreieinssechsachtzweineun...
Es tan bella,
tan perfecta en su forma de esquivar
y conservar su imperfección,
en su manera de no dejarse atrapar...
y seguir bailando
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