I'm not sweet.
I'm not (only) sweet.
I'm
not
fucking
sweet,
my dear.
Soy mucho más
compleja,
completa.
También me enfado,
me cabreo,
me indigno,
algunas cosas me duelen.
I'm not sweet.
I'm not (only) sweet.
I'm
not
fucking
sweet,
my dear.
No soy graciosa,
ni soy tu madre,
ni tu mono de feria,
ni tu pañuelo de lágrimas,
ni un saco de boxeo
en el que descargar tus frustraciones,
ni el cubo de la basura
en el que puedes echar tu mierda.
I'm not sweet.
I'm not (only) sweet.
I'm
not
fucking
sweet,
my dear.
Si he llegado hasta aquí,
así,
como soy,
no es porque haya tenido suerte,
ni porque fuera el camino más fácil.
Al contrario.
Tengo el alma llena de cicatrices,
mi cuerpo también ha sufrido lo suyo.
Hay análisis de sangre que lo demuestran.
Todavía los guardo.
Todos.
Desde hace años.
Para no olvidar.
Para no olvidar(me).
I'm not sweet.
I'm not (only) sweet.
I'm
not
fucking
sweet,
my dear.
Si me ves cantando,
bailando,
riendo(me) de todo,
transformándome cuando menos te lo esperas,
reinventándome cada día,
no es porque sea graciosa,
ni porque sea divertido.
Lo hago por necesidad vital,
para no volverme loca.
Para romper el cristal
detrás del cual me has puesto
como si fuera una pieza de colección.
Quieres tenerme cerca,
pero no demasiado.
Te atraigo,
pero te doy miedo.
I'm not sweet.
I'm not (only) sweet.
I'm
not
fucking
sweet,
my dear.
Por eso te pido,
te exijo que no te quedes en la superficie,
no me infantilices.
No me voy a conformar con menos,
ni voy a dar pasos hacia atrás.
Y si no te es posible,
al menos,
déjame en paz.
I'm not sweet.
I'm not (only) sweet.
I'm
not
fucking
sweet,
my dear.
domingo, 27 de febrero de 2011
I'm not sweet, my dear
jueves, 10 de febrero de 2011
De tazas y altares
Por fin
se rompió.
Y no me importó.
Es más, me alegré de ello.
Hasta que no sucede,
no te das cuenta de los altares que guardas.
En tu cabeza,
al lado de la cama,
colgados de la pared.
Y ahí permanecen, tercos.
Muchas veces ni siquiera los ves,
ni te das cuenta de que están ahí.
Pero están.
A veces piensas que los vas a cambiar de sitio,
que los vas a guardar,
a tirar.
Pero que pena, ¿no?
Una taza tan bonita...
Cuánto miedo a romper con el pasado.
Cuánta mierda
que te impide disfrutar el presente.
Hasta que un día,
disfrutando el presente,
va y se cae al suelo.
(Esta noche tiraré los trozos.
El altar estaba tan bien construido,
que incluso pensé en pegarlos).
se rompió.
Y no me importó.
Es más, me alegré de ello.
Hasta que no sucede,
no te das cuenta de los altares que guardas.
En tu cabeza,
al lado de la cama,
colgados de la pared.
Y ahí permanecen, tercos.
Muchas veces ni siquiera los ves,
ni te das cuenta de que están ahí.
Pero están.
A veces piensas que los vas a cambiar de sitio,
que los vas a guardar,
a tirar.
Pero que pena, ¿no?
Una taza tan bonita...
Cuánto miedo a romper con el pasado.
Cuánta mierda
que te impide disfrutar el presente.
Hasta que un día,
disfrutando el presente,
va y se cae al suelo.
(Esta noche tiraré los trozos.
El altar estaba tan bien construido,
que incluso pensé en pegarlos).
jueves, 6 de enero de 2011
Tecnología alemana (Inspired by a girl called Priscilla at the Cafe Fatal. Berlin. December 2010)
La maquinaria funciona.
Limpia, perfecta,
blanca.
Los engranajes de dos en dos
y todos juntos, creando un coro,
sin perder el ritmo,
el compás.
Al ritmo del vals:
eins-zwei-drei, eins-zwei-drei, eins-zwei-drei...
De repente,
una nota discordante.
Un engranaje suelto.
No tan blanco,
no tan perfecto.
Con un ritmo propio:
vier-sieben-fünf, drei-eins-sechs, acht-zwei-neun...
La maquinaria sigue su curso
sin inmutarse.
La rueda suelta intenta abrirse paso
y mantener su compás diferente
evitando las otras
para no ser aplastada entre sus muescas.
El ritmo se acelera
einszweidreieinzweidreieinszweidrei...
viersiebenfünfdreieinssechsachtzweineun...
Es tan bella,
tan perfecta en su forma de esquivar
y conservar su imperfección,
en su manera de no dejarse atrapar...
y seguir bailando
Limpia, perfecta,
blanca.
Los engranajes de dos en dos
y todos juntos, creando un coro,
sin perder el ritmo,
el compás.
Al ritmo del vals:
eins-zwei-drei, eins-zwei-drei, eins-zwei-drei...
De repente,
una nota discordante.
Un engranaje suelto.
No tan blanco,
no tan perfecto.
Con un ritmo propio:
vier-sieben-fünf, drei-eins-sechs, acht-zwei-neun...
La maquinaria sigue su curso
sin inmutarse.
La rueda suelta intenta abrirse paso
y mantener su compás diferente
evitando las otras
para no ser aplastada entre sus muescas.
El ritmo se acelera
einszweidreieinzweidreieinszweidrei...
viersiebenfünfdreieinssechsachtzweineun...
Es tan bella,
tan perfecta en su forma de esquivar
y conservar su imperfección,
en su manera de no dejarse atrapar...
y seguir bailando
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